jueves, 5 de noviembre de 2009
Los lamentos del Ebro
Capitulo 1
Con el frío intenso del bajo Aragón metido aun en mis frágiles huesos, aún dolía mas la derrota, que tantas vidas nos había costado en Teruel, diezmado el ejército rojo, emprendíamos la retirada hacia el delta del Ebro, con un camino por donde escapar si las cosas volvieran a torcerse.
Al dejar atrás el duro invierno que nos sobrepaso en la serranía de Teruel, nos enfrentábamos a una dura batalla, esta vez mas húmeda que helada, al llegar a la orilla del Ebro, pude oler el característico olor del río, que tantas veces sentí en la sierra madrileña, con la pedriza observándonos mientras jugábamos en el lecho del río.
Al caer la noche, se oyeron los primeros disparos seguidos de ráfagas de ametralladora, lo recuerdo muy bien, pues la noche era abierta, y en la oscura bóveda negra de la noche, se podía observar las estrellas brillar como nunca lo habían echo, y esa fue la última vez que ví brillar tanto a los astros, su reflejo a veces se apagaba para dejar paso a los fogonazos salvajes de las armas.
Durante el resto de la noche fueron disparos aislados, nos reunieron a otros tantos y a mi en la improvisada oficina de maniobras, donde el comandante Eleuterio Campos, ultimaba entre tanto mapa e informes, una escaramuza, allí sentado junto al farolillo vi a Ramón, un asturiano con la cara rosada, del frío de las montañas, era corpulento, un cuerpo echo para la montaña, y capaz de echarse a la espalda el tiro de la mula si esta se encontraba indispuesta. Me miro con indiferencia como quien ve aun jovenzuelo de tan solo 21 años, que por aquel entonces ya estaba prometido, y dejaba ver entre su labio superior y nariz un bigote que tanto le gustaba a Carmen, con ese aire de gente de terrazas y parques de la capital.
Se acerco a mí y me sujeto los hombros, zarandeándome al tiempo que gritaba,
-Pocos músculos para tanto fascista.
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